Carta Pastoral en el Día del Seminario

                                                           Arzobispo de Santiago
                                                                 Marzo 2014
                                                  “La alegría de anunciar el Evangelio”

Queridos diocesanos:
Como viene siendo habitual con motivo de la celebración de la fiesta de
San José en la que tenemos presentes de manera especial a nuestros
seminaristas, me dirijo a todos vosotros para recordaros que hemos de seguir
pidiendo al Señor que envíe obreros a su mies para anunciar la alegría del
Evangelio y atender pastoralmente a nuestras parroquias necesitadas de
sacerdote. Es la alegría por la buena noticia de que Dios ama a los pecadores, a
los desesperados, a los extraviados para conducirlos a su intimidad. Siempre es
gratificante y gozoso comunicar esta buena noticia. Este es el compromiso de
todo bautizado y especialmente del futuro sacerdote, tomando conciencia de
que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y
renace la alegría”1.
El mensaje de Jesús, fuente de alegría
Quien sigue a Jesús, debe estar siempre alegre (cf. Fil 4,4). No puede ser
otra la actitud de aquel que siente cerca a Dios y amado por Él. “Esta convicción
nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante
que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos
ofrece todo”2. El mensaje de Jesús es fuente de alegría: “Os he dicho estas cosas
para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11). “Es
la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana!”3.
Por eso por donde pasen sus discípulos, han de dejar un testimonio de alegría
(Hech 8,8), y han de vivir las dificultades con gran gozo (Hech 13,52). Esto
contrasta con la impresión que a veces damos de vivir una Cuaresma sin
Pascua4. En este compromiso evangelizador “el amor de Cristo nos apremia”
(2Co 5,14), pudiendo exclamar como Pablo: “¡Ay de mí si no anunciara el
Evangelio!” (1Co 9,16) y sabiendo que “cada vez que intentamos volver a la
fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos,
métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras
cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda
auténtica acción evangelizadora es siempre nueva”5.
La vocación, tesoro encontrado
En nuestros Seminarios, que son una fuente de alegría para la Iglesia
diocesana, los seminaristas se forman con la conciencia de haber encontrado el
“tesoro escondido” de su vocación y con esta alegría, “venden todo lo que
tienen” y se dedican a crecer en el amor de Dios, sabiendo a donde quieren
llegar y no importándoles lo que digan de ellos. No les impresionan las
valoraciones de los demás porque el tesoro que han encontrado vale más que
todo lo que han dejado. Se sienten “elegidos, llamados, enviados”,
características integrantes del don y misterio de la vocación cristiana. Esta
vocación cristiana, ya sea ordinaria o cualificada, es “una gracia singular, única
e irrepetible, mediante la cual todo cristiano en la comunidad del Pueblo de
Dios construye el Cuerpo de Cristo… Este don encuentra su plena realización
en la donación sin reservas de toda la persona humana concreta, en espíritu de
amor a Cristo, en la donación y en el servicio”6. La vocación es siempre un reto
de fidelidad obediencial y de disponibilidad incondicionada. La alegría del
Evangelio que “misteriosamente tiene su culmen en la cruz”, es propia de aquel
que habiendo encontrado la plenitud de la vida, se ve libre, sin ataduras,
desenvuelto, sin temores, sin trabas. El que ha encontrado la perla preciosa es
capaz de colocar todas las demás en una justa escala de valores, de
relativizarlas, de juzgarlas en relación con la perla más hermosa. Quien no
posee la alegría del Evangelio, se encierra en si mismo por temor a perder lo
poco que tiene. Este es nuestro drama, el drama de nuestra sociedad. La falta de
alegría del Evangelio nos hace ser mezquinos y estar tristes en todos los
terrenos de la vida eclesiástica y social, enredándonos en absurdas discusiones
sobre auténticas nimiedades. Si nos falta dinamismo pastoral, estamos
asustados, somos perezosos, nos movemos en la sospecha, y andamos
agobiados por el futuro de la Iglesia, significa que no vivimos el Evangelio que
es “fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1,16). Acoger el
Evangelio es acoger su fuerza.
Necesidad de orar
Mantengámonos constantes en la oración. “En muchos lugares, escribe
el Papa, escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor
apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay
vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas”7.
Os pido también que sigáis ayudando económicamente a nuestros Seminarios
Mayor y Menor con la generosidad que os sea posible, colaborando también de
este modo a la mejor formación humana, intelectual, espiritual, comunitaria y
pastoral de nuestros seminaristas, a quienes ponemos bajo el patrocinio del
Apóstol Santiago, de San José y de la Reina de los Apóstoles.
Os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,
                                                         

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